Por Polonia siguiendo al Papa

Quienes quieran deshacer los pasos de Juan Pablo II deben recorrer el sur de Polonia donde en medio de la guerra el nuevo santo encontró su vocación.



Pegue en su nevera el imán con el rostro del Papa para que nada falte en su despensa, tómese el café en el pocillo pontificio si quiere empezar bien el día, inspire su escritura con el bolígrafo del santo padre, protéjase de la lluvia con el paraguas papalino y atraiga la alegría llevando siempre en el bolsillo una foto de Juan Pablo sonriente.

Cada vendedor de souvenirs se las ingenia para ofrecerles a los peregrinos los llaveros, velas, cuadros, estatuas, pinturas y toda clase de recordatorios, entre los cuales el más exótico es sin duda un rosario que al ser oprimido emite la voz del Papa dando la bendición en latín. Lo paradójico es que toda esta mercancía religiosa viene de China donde el catolicismo es menos que una minoría.


El ascenso de Juan Pablo II al pedestal de los santos ha desatado una “papamanía” en Polonia, su país de origen; y particularmente en su pueblo natal llamado Wadowice. En este lugar comienza el “Tour del Papa”, la nueva ruta que las operadoras de turismo abrieron para responder a la romería.

Wadowice, donde todo empezó
En plena plaza principal, al lado de la catedral, se levanta un edificio de dos pisos donde Karol Wojtyla (padre) y su esposa Emilia rentaron un apartamento que constaba de cocina, sala y una pequeña habitación en la que nació el futuro Papa el 18 de mayo de 1920. Desde las ventanas de su hogar los Wojtyla podían ver el reloj solar en la pared de la iglesia con la inscripción: „El tiempo vuela, la eternidad espera“. En esta misma casa murió la madre cuando el niño tenía 9 años.


 Con motivo de la canonización se acaba de abrir al público la residencia totalmente restaurada y convertida en museo de reliquias. Allí encontramos desde fotografías familiares y prendas de vestir hasta el arma usada en el atentado contra el pontífice.


 Una estatua de Juan Pablo II custodia la entrada a la Basílica donde el pequeño Lolek, como era llamado en su infancia, fue bautizado, recibió la primera comunión y sirvió de monaguillo. Adentro los visitantes hacen fila para orar frente a una escultura en tamaño real del Papa en pose de confesión. Es tradición entre los penitentes dejar un rosario colgado en la pared como constancia de su peregrinaje y hay que decir que al muro no le cabe una camándula más.


 Afuera de la iglesia, en la plazoleta, es necesario mirar al suelo. Entre las losas que cubren el piso hay 129 placas conmemorativas de los países que Juan Pablo II visitó. La baldosa que recuerda el viaje papal a Colombia en 1986 está muy bien ubicada, a sólo unos metros de aquella casa natal donde Lolek vivió hasta los 18 años.


Los habitantes de Wadowice están orgullosos de tener un santo, y los pasteleros del pueblo están en gratitud eterna con él por haber hecho famosa la torta de crema que solía comer en su juventud después de salir del colegio. Ningún romero se va de aquí sin haber probado en alguna repostería la kremówka papieska, el postre papal que bendice el paladar desde el primer mordisco.


 Cracovia y la vocación
Cracovia conserva esa belleza cabizbaja de las ciudades majestuosas que han atestiguado la barbarie y el horror. Su centro histórico cuidadosamente restaurado guarda memorias de los pomposos ceremoniales monárquicos, mientras los barrios con edificios medio caídos y despintados recuerdan el genocidio de la segunda guerra mundial y los tiempos claroscuros de la guerra fría.


Hoy Cracovia es fiestera y turística, pero en el año 1938, cuando Karol Wojtyla llegó a ella para estudiar filosofía en la universidad Jagellónica, la ciudad ya respiraba el antisemitismo y el odio racial que la vecina Alemania exhalaba. Los Nazis no tardaron mucho en invadir Polonia, ocupar Cracovia y cerrar su universidad.

Wojtyla trabajó en una cantera y en una fábrica de químicos para sobrevivir, mientras de forma clandestina ingresaba al seminario y fundaba con otros amigos artistas el Teatro Rapsódico, cuya intención era mantener viva la memoria cultural de Polonia en medio de la ocupación.



Tadeusz Kwiatkowski, uno de sus amigos teatreros, escribió: „Él poseía aquello que los actores llaman el alma. Cuando actuaba, las líneas que decía lograban expresar el significado que muchas veces era difícil de entender durante la lectura. No hacía mucha vida social y solía invertir su tiempo libre estudiando y leyendo en casa“. 


Este testimonio acompaña un busto del Papa ubicado en la fábrica original de Oskar Schindler, el alemán que al inicio de la invasión nazi quería aprovechar la mano de obra barata de los judíos para la producción de utensilios de cocina y que al final de la guerra logró salvar la vida de 1.200 de sus empleados invirtiendo toda su fortuna.

En la fábrica se grabaron muchas secuencias de la película La Lista de Schindler. Desde hace cuatro años fue convertida en un museo sobre el exterminio de judíos en Cracovia. Allí en una sala se recuerda a líderes no judíos que hicieron resistencia al régimen nazi, entre ellos Karol Wojtyla.

Tras el fin de la guerra Wojtyla se ordenó como sacerdote en el Palacio Arzobispal, el lugar más emblemático para los devotos que visitan la ciudad siguiendo las huellas de Juan Pablo II. Aquí vivió como arzobispo y aquí descansaba durante sus visitas pontificias a Polonia. La multitud se aglomeraba bajo la famosa „Ventana Papal“ para esperar unas palabras suyas, un saludo o una bendición. Esa ventana fue clausurada después de su muerte y tras el vidrio se exhibe ahora una foto del Papa que es reverenciada como si él estuviera allí en carne y hueso.


 En el patio trasero del Palacio Arzobispal se levanta una estatua adornada con flores y velas ofrendadas por feligreses de todas las esquinas del mundo.  Estos mismos fieles hacen fila frente a una máquina dispensadora que por ocho Zlotys (unos 6 mil pesos colombianos) entrega una moneda conmemorativa de la canonización con la imagen dorada del santo en oración.

El tour papalino continúa por el centro histórico hasta llegar a la Catedral de Wawel, considerada el centro espiritual de Polonia. Karol Wojtyla dio allí su primera misa el 2 de noviembre de 1946, un día después de haber sido ordenado. La intención de la plegaria fue por sus padres, su hermana y su hermano ya todos muertos. En esta misma catedral se consagró como obispo, arzobispo y cardenal. A la entrada hay una escultura suya con los pies ya descoloridos por la fricción de quienes tocan y luego se santiguan.


Al caminar por Cracovia queda la sensación de encontrarse una iglesia en cada esquina. La mayoría de ellas están dedicadas a María, la madre de Jesús. El Papa era tan devoto de ella que incluyó en su escudo pontificio una letra M de color dorado. Su iglesia mariana predilecta era la imponente Basílica de Santa María, ubicada a un costado del mercado central en pleno corazón de la ciudad.


 El recorrido cracoviano termina en el centro Juan Pablo II ”No tengáis miedo” que será inaugurado en 2016 con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud. Aunque está en construcción, ya se puede visitar el oratorio que consta de varias capillas cuyas paredes exhiben frescos, mosaicos y pinturas de Juan Pablo II.

También está abierto al público un museo donde se puede ver el mobiliario original de la habitación arzobispal de Wojtyla, la ropa deportiva que usaba para salir a esquiar y algunos regalos valiosos que recibió en sus viajes por el mundo, entre ellos dos tazones de plata obsequiados por la diócesis de Palmira y el ingenio Manuelita.


Durante los 40 años que vivió en Cracovia, Wojtyla fue obrero, actor, poeta, seminarista, obispo, arzobispo y cardenal. En 1978 se trasladó a Roma tras ser elegido Papa, pero aún así nunca olvidó su tierra y viajó a su patria nueve veces.

Auschwitz, el Gólgota moderno
Durante su tiempo como seminarista clandestino Karol Wojtyla podía ver desde la distancia el muro con forma de lápida que los nazis construyeron para hacinar a 15 mil judíos en las pocas calles que conformaban el Gueto de Cracovia. Muchos de los confinados fueron enviados al campo de concentración y exterminio de Auschwitz, donde murieron 1.100.000 personas.


 Auschwitz está a una hora de distancia en carro desde Cracovia. Es escalofriante caminar por los rieles que le dieron entrada a trenes cargados de humanos hambrientos, aterrorizados y despojados de su dignidad. Es estremecedor observar sus maletas marcadas, los zapatos de los niños asesinados, las toneladas de pelo que luego se usaría para la producción de telas. Es espeluznante pasar por la cámara de gas y ver las paredes desgarradas por los arañazos de los moribundos en la agonía de la asfixia.

Karol Wojtyla hizo muchas veces este recorrido por el memorial de Auschwitz en sus tiempos de sacerdote, y allí regresó convertido en Papa en el año 1979. Arrodillado frente al Muro de la Muerte donde eran fusilados los prisioneros oró en silencio. Juan Pablo II llamó al campo de concentración de Auschwitz “el Gólgota del mundo moderno” y en una misa manifestó: “Aquel intento de destruir de modo programado a todo un pueblo se extiende como una sombra sobre Europa y sobre el mundo entero; es un crimen que mancha para siempre la historia de la humanidad“.

Él fue el primer Papa en visitar un campo de concentración, entrar a una sinagoga, visitar el memorial del Holocausto en Israel y orar frente al Muro de los Lamentos de Jerusalén. Ningún recorrido por los orígenes de Karol Wojtyla podría terminar sin una visita a Auschwitz cuyas víctimas moldearon una actitud de diálogo interreligioso en el sacerdote que se hizo santo.

Según el santoral, los católicos habrán de venerar a Juan Pablo II cada 22 de octubre recordando el primer día de su pontificado. Los polacos han declarado esta fecha como fiesta nacional y desde ya se preparan para recibir a la romería. Algunos llegarán a peregrinar y otros a esperar milagros, pero todos encontrarán en Polonia un país hermoso que va reconstruyendo el futuro sobre los escombros de su triste historia de invasiones y exclusión.

Esta crónica fue publicada en el suplemento Generación del periódico El Colombiano, el domingo 4 de mayo de 2014.