HOY NO ME PUEDO LEVANTAR

UNA CRÓNICA APTA SÓLO PARA FANÁTICOS DE MECANO


La primera estrofa del himno de los optimistas dice que todos los sueños están al alcance de la mano y que basta con desear algo de corazón para que, con tan sólo un chasquido de dedos, el deseo se materialice como por milagro del genio de la lámpara.

Si me permitieran cantar ese himno con la certeza de ver convertido en realidad mi sueño más profundo probablemente no invocaría la paz del mundo porque al fin y al cabo ya hay demasiados presidentes, profetas y reinas pidiendo lo mismo sin ningún resultado satisfactorio; quizás tampoco materializaría el amor eterno porque en todo caso lo que mantiene viva una relación no es la seguridad del afecto sino el empeño en no perder el interés del otro.

Aún a riesgo de ser juzgada por mi atrevida frivolidad, lo único que pediría es aparecer de pronto, por obra y gracia del chasquido, en la primera fila, ubicación centro, con amigos de juventud, en un concierto del grupo Mecano.

Pero eso no va a suceder, y por eso prefiero unirme con regularidad al coro de los pesimistas. Nacho Cano, José María y Ana Torroja dieron su último concierto hace exactamente 17 años en un septiembre tibiecito como este. Desde entonces anunciaron su disolución y han mantenido su palabra, aún cuando han pasado por malos negocios, divorcios millonarios o multas exorbitantes por evasión de impuestos que han diezmado las ganancias que alcanzaron juntos. Esa palabra sellada los diferencia de bandas como los Soda Estéreo que ya tienen la costumbre de ejecutar cada cinco años un concierto de despedida, con la promesa de que será el último, para poder cobrar más caro por las boletas y así empujarnos a que les paguemos por adelantado la jubilación.

Mecano fue el grupo de las primeras conquistas, de la tusa adolescente, de las fiestas de garaje, de las tertulias de viernes. Compré todos sus discos en la época del vinilo y los volví a comprar en los tiempos del aluminio; me aprendí de memoria sus letras, canté sus éxitos en las juergas de primíparos y recité sus estrofas en las tabernas de universitarios. Sin embargo, a pesar de mi evidente fanatismo y de las mesadas que invertí en comprar sus afiches, nunca pude verlos en concierto. En Medellín no estuvieron, y lo único que recuerdo de su paso por Colombia fue una malograda interpretación de Me cuesta tanto olvidarte a punta de doblaje en el Show de Jimmy, con entrevista posterior orientada por los meros Recochan Boys.

Para calmar la nostalgia de Mecano después de la ruptura del grupo le gasté boleta a un concierto de Ana Torroja, pero su voz me sonó hueca sin la guitarra de José María y sin los teclados de Nacho. A este último le compré su primer disco en solitario, pero extrañé las letras de su hermano y el tonito agudo de la amiga. En fin, con el paso del tiempo mi sueño juvenil de verlos en vivo se vinagró…


Pero, amigos, el fin de semana pasado experimenté algo así como una redención eufórica cuando me encontré con más de 200 fanáticos de Mecano en una función del musical Hoy No Me Puedo Levantar que está de gira por Barcelona. Quienes nos declaramos entusiastas seguidores del grupo reconocemos en esta canción no sólo su primer sencillo sino la expresión de unos muchachos españolitos que en plena época de transición a la democracia y justamente en el año del golpe militar decidieron abrir su boca… para cantar sobre frivolidades, es cierto; pero por lo menos abrieron la boca.

Es el año 1981. La dictadura aún extiende sus garras como un león rabioso, apenas amarrado con un lazo, que amenaza con sus rugidos la estabilidad de una democracia en proceso de restauración. El miedo silencia a muchos pero el poder de los artistas impulsa la revolución cultural que hacía falta para consolidar el sistema político.

Mientras los cantautores, tipo Serrat y Aute, siguen denunciando la barbarie para que las historias de represión no se repitan, en Madrid se cuece un movimiento que se conocería después como “La Movida” y que incluye las películas de un director en ciernes que empieza a romper los tabúes de una sociedad solapada (Pedro Almodóvar), los diseños de una jovencita que se atreve a ponerle color a la ropa de un país acostumbrado a vestir de negro (Ágatha Ruiz de la Prada) y la música de cantantes que con letras desparpajadas y pintas extravagantes vaticinan el derrumbe del pundonor en el reino de la mojigatería (Alaska, entre muchos otros). Un cocido madrileño con sabor a cambio y libertad.



El ambiente de ese convulsionado año 1981 es el pretexto para el libreto del musical Hoy no me puedo levantar basado en las canciones del grupo Mecano. Todas las sillas de terciopelo carmesí del teatro Tívoli están ocupadas. Sus palcos de estilo barroco con molduras doradas registran lleno total, al igual que la platea. El público aguarda en silencio el inicio de la obra, luego estalla en aplausos cuando el protagonista sale a escena, repite el jolgorio cuando aparece el actor secundario y revienta en gritos cuando suena la primera canción. La gente está emocionada, aplaude y aplaude sin considerar que todavía faltan tres horas y media de palmoteo.



Los protagonistas del novelón se llaman Mario y María y trabajan en un bar llamado “El 33”, homenaje legítimo a Cruz de Navajas. El conflicto del chico es conquistar la fama y el drama de ella es conquistarlo a él. Alrededor de ellos otros personajes enfrentan los problemas de la época como llegar a la gran ciudad, salir del clóset, dejar las drogas, evitar el sida y alcanzar el sueño de convertirse en Rolling Stone. (No más detalles de la dramaturgia para no dañarles la sorpresa si ven la obra).

En el teatro hay muchos niños. Se nota que les encanta la primera etapa de Mecano porque cantan a coro canciones como Maquillaje, Me colé en una fiesta o Perdido en mi habitación, escritas casi todas por Nacho Cano. Particularmente prefiero las letras de José María porque son cuentos breves (Aire, Hijo de la Luna, Mujer contra Mujer o Naturaleza Muerta) con un manejo genial del idioma… que tal la frase “Amar es el empiece de la palabra Amargura”.

Entono las canciones desde mi sillita de terciopelo mientras miro a lado y lado para ver si soy el único mosco en leche que canta a grito herido. Una vez y otra vez compruebo dos asuntos importantes: primero, que a los españolitos de mi generación tampoco les da pena tararear en voz alta las canciones con las que crecieron; y segundo, que pese a mi devoción por el grupo hay fanáticos más fanáticos que yo.



En 200 minutos de espectáculo tienen cabida casi todas las canciones que conocemos. Lloramos con el drama de Quédate en Madrid, nos enrumbamos con Hawaii Bombay, soñamos con Dalí y nos reímos con las ocurrencias de No es serio este cementerio. Aunque en estas obras los asistentes no suelen pararse a bailar, hay un momento de euforia total cuando la compañía entera canta y baila Un año más. Del techo caen serpentinas, desde los balcones se desperdiga confeti, el público brinca y se abraza como si de verdad el año nuevo hubiera llegado ya y el ambiente de celebración es tan genuino que no es posible contener las lagrimitas de más.



Para ser justos con el arte, hay que decir con honestidad y sin vinagrar la crónica que el libreto tiene aires de sociodrama escolar, que los cantantes apenas si clasifican para un reality de novatos, que las coreografías son tan simples como una rutina de aeróbicos en el gimnasio y que las escenografías distan mucho de acercarse a Broadway, a pesar de que la boleta vale lo que en Nueva York.

A pesar de todo esto, los personajes resumen tan bien el espíritu de los que crecimos en los años ochenta que la obra termina siendo un retrato inolvidable de nosotros mismos. Nunca lograré ver un concierto de Mecano ni aún entonando cien veces el himno de los optimistas, pero al menos esta comunión de fanáticos nostálgicos reunidos en Barcelona por la fuerza del destino me hizo vivir la ilusión de estar al frente del trío que supo describir con melodías y letras las confusiones de mi juventud.

Aquí los dejo con el video de La Fuerza del Destino. Nacho Cano y Penélope Cruz