La dama de las fieras

En Colombia, enfrentarse a los hipopótamos para frenar su reproducción es la tarea de una valiente veterinaria: Gina Paola Serna Trujillo.


Por: Ana María Marín Pulgarín

Publicado en El Colombiano 23.05.2021




El hipopótamo está hambriento y rabioso. Empuja con sus dos toneladas de peso las barras de hierro del corral donde está encerrado. Abre las mandíbulas para intimidar, exhibiendo un par de dientes con apariencia de colmillos, tan largos como el brazo de un humano y tan letales como una daga. Ruge desesperado tras un día de ayuno. Hoy lo van a esterilizar.

 

A unos centímetros de él, tras la cerca construida con tubos de oleoducto, la veterinaria Gina Serna trata de atraerlo agitando en sus manos una ruidosa bolsa plástica. El hipopótamo corre hacia ella y arremete contra los tubos de metal intentando tumbar el cercado. El miedo que a otros les anuda la garganta, a Gina le arranca un poderoso grito: "Gordo, míreme a mí, míreme".



Mientras Gina llama la atención del hipopótamo, una chica menuda con aire adolescente se cuela ágilmente por detrás del corral para lanzarle al animal el primer dardo de anestesia. Dispara el rifle con firmeza y acierta. La aguja queda bien clavada en la piel, pero el mecanismo de la jeringa falla y el sedante no penetra en la musculatura del animal. 

 

La tensión y el nerviosismo se caldean con el sol sofocante de Doradal. Pese al zancudero y al bochorno Gina mantiene la cabeza fría en busca de una solución. Ella es la única mujer que ha operado hipopótamos silvestres en Colombia, y esta será su séptima cirugía de esterilización.




Gina Paola Serna Trujillo se ha hecho un nombre a empellones en el mundo de los veterinarios. En la universidad fue hostigada por ser delicada, aficionada a la filosofía y políglota. En sus primeros trabajos fue menospreciada por sus colegas varones. "Esta no es profesión para señoritas", le decían. Ella transformó el desdén en desafío y se especializó en felinos depredadores como pumas y jaguares, así como en mamíferos de gran tamaño. Toda una dama de las fieras. Actualmente trabaja para Cornare.

 

Su equipo de cirugía está compuesto principalmente por mujeres, lo cual sorprende en una región de ganaderos forzudos donde pulula el perfil del hombre Marlboro. Ana Catalina Pinzón controla la seguridad y Adriana Correa se encarga de la anestesia. María Victoria Galeano, experta en dardeo, apunta con el rifle al anca del hipopótamo disparando con perfecta puntería el segundo dardo. "Qué miedo tenerla a usted de enemiga", le dicen en broma los asistentes. El sedante se inyecta, pero el animal sigue activo y en pie.

 

Muchos trabajadores de las fincas cercanas vienen a verlo. Entre ellos existe la tradición de ponerles apodos a los hipopótamos: Pepe, Raymi, Vanesa o Catalina. A este gran ejemplar lo nombran Moto Moto, por su semejanza con el Alfa seductor de la película Madagascar. 




Antesala de la cirugía

Dos semanas antes de la operación, Gina contabiliza los hipopótamos que habitan en los alrededores de la Hacienda Nápoles. La acompaña el biólogo David Echeverri, su jefe en Cornare, quien ha venido observando los hipopótamos desde hace 15 años y es toda una autoridad en el tema. 



Gina y David se acercan al lago donde el ruido del chapoteo y de los rugidos no da tregua. Lo que atestiguan es asombroso: un macho joven está disputándole la supremacía al viejo líder de la manada, a aquel mismo macho alfa que fue traído por Pablo Escobar en los años 80 y del cual descienden como en relato bíblico todos los hipopótamos que existen hoy en el país. Él es el esposo de todas las hembras y el patriarca del apócrifo "hipopotamus colombianus".

Los dos individuos se abalanzan uno sobre el otro en el agua, se enfrentan boca a boca, se muerden, agitan su cola desperdigando excrementos en señal de revancha. Aunque el joven parece estar ganando la pelea, es muy probable que termine doblegado y deba salir de la manada con al menos dos hembras a su lado para iniciar el éxodo hacia otro territorio. 


 

El teléfono de Gina suena con frecuencia: "doctora, un hipopótamo se nos metió a la pesebrera; doctora, un hipopótamo dañó la valla electrificada de una finca; doctora, un hipopótamo está molestando al ganado en el abrevadero". Todas las noches los hipopótamos salen masivamente a buscar hierba. En el afán de atajarlos David se ha ingeniado murallas de piedras puntiagudas, alambradas de púas y cercas de árboles espinosos, pero los hipopótamos siempre burlan la fortificación y escapan a los alrededores en un radio de 10 kilómetros.



A pesar del daño que causan al compactar los suelos con su peso, contaminar las aguas con sus heces o aterrorizar a la población son tolerados por el solo hecho de ser herbívoros. El magnetismo del hipopótamo para atraer turistas ha hecho de él no sólo la mascota sino casi el patrono de Doradal. Incluso un político local presentó un proyecto para consagrarlo durante una semana de festividades que llevaría por nombre: "Carnaval del hipopótamo". 

 

David y Gina afirman que esta especie invasora ya tiene alrededor de 80 individuos y señalan con evidencia que en los lagos aledaños nadan al menos siete bebés junto a sus mamás. A diferencia de África donde las sequías limitan los ciclos reproductivos, aquí la abundancia de agua promueve la fertilidad. De seguir a este ritmo Colombia tendrá 1500 hipopótamos en los próximos 15 años.



Ya ningún zoológico quiere tener más hipopótamos. Los parques africanos tampoco los reciben. La única acción legal que se puede ejecutar por ahora para controlar esta población es la esterilización. Sin embargo, cada operación cuesta 30 millones de pesos y falta la plata. Juntando donaciones fue posible financiar la operación que tiene ahora a Moto Moto en el corral de cirugía a cielo abierto.

 

Doblegando a la fiera

Con el quinto dardo de anestesia Moto Moto se desvanece. Se necesita la fuerza de diez personas para poner su cuerpo de cúbito lateral. Gina hace una incisión en la piel y encuentra rápidamente el primer testículo. Sin embargo, el segundo no se deja ver. Los testículos de los hipopótamos son internos, no cuelgan de forma visible. La veterinaria se pregunta si el individuo es monórquido (de un solo testículo). No sería raro sospecharlo pues los hipopótamos colombianos son producto del cruce intrafamiliar. Tras una hora de inspección aparece por fin el segundo testículo.





El hipopótamo ha sido esterilizado y debidamente marcado en la oreja. Ya no dejará descendencia, no volverá a pelear por territorio y no necesitará salir para establecer una nueva manada. La cirugía sirve para amarrarle en la pata un collar de telemetría que revelará cada uno de sus movimientos. 





Gina no piensa abandonar el corral hasta que el hipopótamo no despierte de la anestesia. Pasan horas sin que Moto Moto reaccione. La veterinaria y sus chicas le construyen un toldo para que no lo queme el sol, lo cubren con hielo para que no se deshidrate y empujan su lomo para estimular su respiración. Algunos colegas y trabajadores de la zona les ayudan en la tarea del despertar. 




Entrada la noche el hipopótamo por fin abre los ojos y se pone en pie. Hay júbilo y algarabía. Gina abre sus ojos almendrados con emoción y profiere el hijueputazo más sonoro y celebrado que le sale del pecho. Aún no se puede liberar al animal porque podría ahogarse en el lago, pero al día siguiente cuando ya esté recuperado y brioso se le abrirá el portón para que vuelva a la libertad. 



Cornare ha realizado once cirugías de esterilización. La Corporación propone además la castración química, que consiste en inyectarles a los hipopótamos un anticonceptivo durante tres años hasta lograr su infecundidad. Sin embargo, el fármaco que se utiliza no es de libre distribución. Estados Unidos aún tiene que autorizar la venta y el Ica debe aprobar su importación. 


El Magdalena: próximo desafío

Apenas un día después de la operación, la veterinaria Gina Serna se aventura hacia un nuevo desafío: contar los hipopótamos que andan sueltos por el Río Magdalena. Debe llegar a Estación Cocorná, pero la carretera está cerrada. Decide entonces arriesgarse a viajar en la folclórica y no muy segura motobalinera, una tabla de madera con rodachinas que avanza por la vía del ferrocarril impulsada por una moto. 



Su estación de partida es Vereda Pita. Justamente allí un hipopótamo atacó al campesino Luis Enrique Díaz en mayo de 2020. Le clavó los largos caninos en la espalda y en la pierna quebrándole los huesos. A la víctima se le ve por el caserío andando en muletas. Su familia guarda reserva y evita las entrevistas, pero los vecinos aseguran que el hombre quedó discapacitado y que al no saber leer ni escribir tampoco entiende de abogados ni tiene idea de cómo reclamar sus derechos frente al Estado.

 

Desde Estación Cocorná Gina toma una lancha hasta la desembocadura en el Magdalena. El trayecto le sirve para entrevistar a los pescadores que se encuentra a su paso. Álvaro Molina "Sacra" enumera las veces que los hipopótamos le han volteado la canoa en las noches de faena; su hermano Julio relata la embestida que sufrió cuando una cría de hipopótamo quedó enredada en su atarraya; el pescador Marco le confiesa el miedo que le produce andar con sus niñas en la barca mientras los hipopótamos merodean.

 

Allí en el Magdalena están "los gordos": silvestres, salvajes, amenazantes. En cuanto Gina se aproxima con su lancha para observarlos, una hipopótama arranca a nadar velozmente detrás de la embarcación. La hembra se hunde en el agua y desaparece. Aquí la experiencia se vuelve aterradora porque al cabo de un rato emerge de sorpresa al lado de la lancha rugiendo con toda su furia. 




Esta manada se ha establecido en un islote del Río Magdalena donde no vive nadie. Hay buen pasto y llueve todo el año. Es el hogar perfecto para multiplicarse y de allí expandirse por toda Colombia usando su principal arteria. Teniendo en cuenta que un hipopótamo vive 40 años, es sensato pensar que el problema va para largo. Gina toma fotos como evidencia y apura el regreso con preocupación. Ni ella como contratista de Cornare; ni Cornare como corporación autónoma tienen el poder de decidir el futuro de esta especie invasora.

 

Y mientras el Estado colombiano analiza si debe invertir millones en la esterilización de los hipopótamos o si debe sacrificarlos de forma rápida y económica, los personajes más débiles de la cadena productiva como son los campesinos y los pescadores seguirán enfrentando los riesgos de convivir con este mamífero agresivo y territorial. La zona del Magdalena Medio vive de explotar la tierra para negocios tan lucrativos como el cemento, el petróleo y la ganadería. Las regalías deberían alcanzar al menos para enfrentar este problema ambiental.







 

 

¿CUALQUIER TUMBA ES IGUAL?

¿Dónde queremos darle morada a un difunto amado: en un mausoleo, en el mar, junto a un árbol o en el espacio interplanetario?. Esta es la odisea de unas cenizas en Alemania y de unos huesos en Medellín.


Mi suegro Erhard solo mantenía en su cuenta bancaria los 3 mil euros que costaría su funeral y siempre les advirtió a sus hijos que nunca se gastaran más que eso en las exequias porque la muerte no merecía el despilfarro. El día de usar esa plata llegó. Un derrame cerebral lo fue desenchufando de a poquito hasta que expiró en la camilla de un hospital en la ciudad alemana de Bremen.

Una vez que sus signos vitales se desvanecieron, su cadáver fue enviado a un cuarto frío para que los peritos del Estado confirmaran exactamente la causa del deceso, no fuera a ser que un heredero ambicioso le hubiese adelantado la fecha de corte o que la clínica le hubiera causado la muerte por un error médico. Durante los 6 días que el cuerpo de Erhard permaneció en esa nevera tuvimos tiempo para pensar qué funeral le cabía mejor a la horma de su historia.

Mi suegro era un personaje tan apegado a su belleza que aún lidiando con una apoplejía y cargando encima el peso de 80 años hacía maniobras con la peinilla para cubrir su calva con los pocos pelos que le crecían en la periferia de la cabeza. Cuando se miraba al espejo se veía todavía como un joven largo y erguido, con dos canicas brillantes por ojos y una esbeltez tallada en la cancha de tenis.

El magnetismo de su apariencia impulsó su carrera de vendedor ocultando la falta de estudios bajo la gabardina de agente viajero. Con la sonrisa tan lustrada como los zapatos y la gracia de un ilusionista, Erhard convencía a los clientes de comprar desodorantes para pies, bombones para la tos e incluso ventanas. Así cumplió la meta social de tener casa, carro y vacaciones en la playa.

Él habría podido acumular fortuna de no ser porque su autoestima de galán lo acorraló entre mujeres y casinos exprimiendo hasta su último centavo y empeñando de paso la jubilación de su buena esposa para pagar las deudas. Con la vejez ya en la sala de recibo, se vio de pronto sin familia y sin patrimonio, pero todavía tan guapo que no le faltaron abrazos en su soledad.

Cuando sufrió el derrame, el octogenario Erhard estaba tomando champaña en la sala de Frau Klausen, una dama aún más anciana que él, con la que intercambiaba una correspondencia que bien se podría clasificar con censura 18. De tan alto calibre eran las apasionadas letras que se escribían, que uno se ruborizaba al leer la primera línea, se sorprendía al terminar el primer párrafo y se escandalizaba al terminar la carta.

Fue esa amable dama, de ojos azules como un cielo veraniego y más arrugadita que un papel empuñado, la que pidió la ambulancia, le comunicó el suceso a mi marido y se encargó de darle la noticia a la novia oficial de mi suegro llamada Elfie, quien ya había naufragado en la desmemoria del Alzheimer y quizás por eso olvidó pronto su tristeza.

La personalidad libre de Erhard nos llevó a investigar formas menos convencionales de entierro. Descubrimos que es posible conservar las cenizas bajo arrecifes de coral, esparcirlas por el aire desde una avioneta o incluso desperdigarlas por el espacio sideral convirtiendo los restos en polvo de estrellas.

Finalmente elegimos un “funeral verde”, el cual consiste en guardar las cenizas dentro de una urna hecha con materiales biodegradables y enterrarla al pie de un árbol en un idílico “bosque de paz”. En Alemania ya se han habilitado 51 extensiones de bosques como camposantos, en reemplazo de los tradicionales cementerios de hueco, ataúd y lápida que exigen arriendo, administración o el pago de un impuesto predial.


Los detalles del entierro los conoceremos esta misma tarde cuando lleguemos a Bremen. Hacia allá vamos muy rápido por carreteras que no tienen límite de velocidad tratando de ganarles tiempo a los 400 kilómetros que tendremos que recorrer desde Berlín.

Mi esposo es uno de esos hijos que, entendiendo las debilidades de su padre, se ha pasado media vida perdonando sus errores. Y mientras él conduce el carro hacia el pueblo de su infancia enganchado a los enredos de su memoria, mi mente se devuelve al lluvioso abril de 2002 en Medellín, cuando mi padre agonizante se nos escapaba de la vida no por el aneurisma recién operado sino por la bacteria que lo infectó en el hospital.

Recuerdo la fe con que mi hermana y yo le pedimos al capellán de la clínica una oración en la eucaristía por la recuperación de nuestro papá. Él escribió su nombre en una libreta con las intenciones de la misa y nosotras le agradecimos ilusionadas por la ayudita celestial. Sin embargo, cuando salíamos de su despacho nos dijo: “El estipendio es de 12 mil pesos”. Mi hermana vivía en España y yo en Brasil, ambas acabábamos de aterrizar esa mañana, ni siquiera habíamos descargado maletas, no teníamos ni un solo peso colombiano en el bolsillo. Le prometimos volver más tarde con el estipendio. Él pospuso entonces la intención para la siguiente eucaristía. Mi papá se murió antes de su misa.

Esa noche tan triste, reunidos en familia, todavía incapaces de imaginarnos la vida sin nuestro amado Sigifredo, nos vimos obligados a recibir la visita de un vendedor de servicios exequiales. El joven nos ofreció un portafolio de féretros con más referencias que cualquier catálogo de ropa interior; sacó un álbum con fotos de carrozas fúnebres estrafalarias, apenas aptas para políticos mesiánicos; nos habló de las muchachas de buen porte que encabezan el cortejo lúgubre como quien describe las modelos que salen a pasarela, y explicó con tanto detalle la importancia de ofrecer tinto, aromática y agua en la sala de velación que hasta nos dieron ganas de sumarle empanada y buñuelo al menú.

Mientras más hablábamos de lápidas y mármoles, de cintas y coronas, de carpas y paraguas, más ceros sumaba la cuenta en la calculadora. El ejecutivo nos ofreció también estampillas para los asistentes, velas de recordatorio, rosas para los deudos, pétalos de flores para lanzarle al ataúd y tantas otras fruslerías que ya al final nos dio fue risa a todos. “No se rían -dijo el hombre-, una familia paisa hipoteca hasta el salario en las ceremonias de quinces, bodas y exequias”.

Era imposible no burlarse de ese teatro del absurdo. Más aún cuando el vendedor, caminando hacia la puerta de salida con el jugoso contrato debajo del brazo, nos anunció con orgullo que su empresa obtendría pronto “el certificado de calidad del Icontec”.

Ese negocito del Icontec no sirvió para evitar los inoportunos chismorreos en la sala de velación, ni para espantar a los curiosos que levantaron la tapa del ataúd con ganas de ver la momia, ni para bajarle estridencia a la soprano en el sepelio y ni siquiera para conseguir un hueco tranquilo: la tumba de mi papá quedó vecina del panteón de Pablo Escobar, “el patrón del mal”. ¡Ese fue el compañero de viaje que le consiguieron a mi viejo!

Los buenos recuerdos quedan sepultados muy rápidamente en la memoria, mientras el dolor resucita cada vez que le viene en gana. En eso venimos pensando mi esposo y yo cuando llegamos al Bosque de Paz de Bremen, donde el resto de nuestra escasa familia alemana nos espera para dar inicio al ritual de la despedida.


 En contraste con el ceremonial de mi padre, mi suegro Erhard no tuvo velación. Aquí es normal prescindir de esa tradición cuando el finado es tan anciano que ya no tiene amigos que asistan a sus honras fúnebres. Su cuerpo fue cremado en un sencillo ataúd de madera y sus cenizas fueron depositadas en una urna hecha de arboform, adornada con una hoja de Ginkgo Biloba como símbolo de fortaleza, esperanza y larga vida.

Un guardabosques de barba canosa, uniforme verde pino y sombrero de fieltro con pluma al estilo Robin Hood sale de entre los árboles con la urna en las manos. En silencio nos vamos persiguiendo sus pasos por trochas muy agrestes bajo la penumbra de la arboleda, escuchando el silbido del viento al colarse por entre el follaje y espantando todo el tiempo zancudos chupasangre.

A diferencia de los cementerios corrientes que adornan sus campos con misteriosas gárgolas de piedra y estatuas de rostro apesadumbrado, en este bosque las esculturas en madera de gorriones, mirlos y oropéndolas representan la libertad. Aunque el lugar parece selva virgen, está claramente señalizado para facilitarles a los parientes visitar a sus muertos sin perderse en el trayecto.

El guardabosques se detiene frente a un roble alto en cuya sombra ha cavado ya un hueco. Mi esposo deposita la urna y se despide de su padre con palabras amorosas. Cada miembro del clan toma la pala, le echa tierra al pequeño foso y dice lo que honestamente le sale del alma con la tranquilidad de no tener testigos indeseados, visitantes curiosos o dolientes por compromiso. Las familias deciden si quieren acompañar el entierro con la presencia de un ministro religioso o no.

En unos cuatro años, la urna se habrá desintegrado, dejando las cenizas de mi suegro completamente mezcladas con la tierra. Pegada al tronco del árbol queda una placa de metal marcada con el nombre completo de Erhard. Así quedará durante los 99 años que dura el contrato.


 Un “sepelio verde” como este también tiene su precio. El valor de un árbol va de 700 a 6 mil euros dependiendo del tipo de madera, el grosor, la altura, la ubicación y la exclusividad. La ventaja es que no requiere cuota de mantenimiento porque el bosque mismo se preserva de forma natural. Hay que advertir que no se trata de un par de árboles adaptados dentro de un cementerio para el negocio ecológico sino de un verdadero hábitat de por lo menos 34 hectáreas.

Hasta que murió mi suegro yo nunca había pensado en mis propias exequias; sobre todo porque una madre con bebés quiere ser inmortal. Sin embargo, después de estudiar tantas alternativas de funeral, todas convertidas finalmente en una empresa lucrativa, prefiero la filosofía cantinera del dueto Ray y Lupita que tanto me gusta: “Al cabo pa’ enterrar nuestros amores, cualquier panteón es bueno, cualquier tumba es igual“.


Crónica publicada el domingo 17 de agosto de 2014 
en el suplemento Generación del periódico El Colombiano.


Por Polonia siguiendo al Papa

Quienes quieran deshacer los pasos de Juan Pablo II deben recorrer el sur de Polonia donde en medio de la guerra el nuevo santo encontró su vocación.



Pegue en su nevera el imán con el rostro del Papa para que nada falte en su despensa, tómese el café en el pocillo pontificio si quiere empezar bien el día, inspire su escritura con el bolígrafo del santo padre, protéjase de la lluvia con el paraguas papalino y atraiga la alegría llevando siempre en el bolsillo una foto de Juan Pablo sonriente.

Cada vendedor de souvenirs se las ingenia para ofrecerles a los peregrinos los llaveros, velas, cuadros, estatuas, pinturas y toda clase de recordatorios, entre los cuales el más exótico es sin duda un rosario que al ser oprimido emite la voz del Papa dando la bendición en latín. Lo paradójico es que toda esta mercancía religiosa viene de China donde el catolicismo es menos que una minoría.


El ascenso de Juan Pablo II al pedestal de los santos ha desatado una “papamanía” en Polonia, su país de origen; y particularmente en su pueblo natal llamado Wadowice. En este lugar comienza el “Tour del Papa”, la nueva ruta que las operadoras de turismo abrieron para responder a la romería.

Wadowice, donde todo empezó
En plena plaza principal, al lado de la catedral, se levanta un edificio de dos pisos donde Karol Wojtyla (padre) y su esposa Emilia rentaron un apartamento que constaba de cocina, sala y una pequeña habitación en la que nació el futuro Papa el 18 de mayo de 1920. Desde las ventanas de su hogar los Wojtyla podían ver el reloj solar en la pared de la iglesia con la inscripción: „El tiempo vuela, la eternidad espera“. En esta misma casa murió la madre cuando el niño tenía 9 años.


 Con motivo de la canonización se acaba de abrir al público la residencia totalmente restaurada y convertida en museo de reliquias. Allí encontramos desde fotografías familiares y prendas de vestir hasta el arma usada en el atentado contra el pontífice.


 Una estatua de Juan Pablo II custodia la entrada a la Basílica donde el pequeño Lolek, como era llamado en su infancia, fue bautizado, recibió la primera comunión y sirvió de monaguillo. Adentro los visitantes hacen fila para orar frente a una escultura en tamaño real del Papa en pose de confesión. Es tradición entre los penitentes dejar un rosario colgado en la pared como constancia de su peregrinaje y hay que decir que al muro no le cabe una camándula más.


 Afuera de la iglesia, en la plazoleta, es necesario mirar al suelo. Entre las losas que cubren el piso hay 129 placas conmemorativas de los países que Juan Pablo II visitó. La baldosa que recuerda el viaje papal a Colombia en 1986 está muy bien ubicada, a sólo unos metros de aquella casa natal donde Lolek vivió hasta los 18 años.


Los habitantes de Wadowice están orgullosos de tener un santo, y los pasteleros del pueblo están en gratitud eterna con él por haber hecho famosa la torta de crema que solía comer en su juventud después de salir del colegio. Ningún romero se va de aquí sin haber probado en alguna repostería la kremówka papieska, el postre papal que bendice el paladar desde el primer mordisco.


 Cracovia y la vocación
Cracovia conserva esa belleza cabizbaja de las ciudades majestuosas que han atestiguado la barbarie y el horror. Su centro histórico cuidadosamente restaurado guarda memorias de los pomposos ceremoniales monárquicos, mientras los barrios con edificios medio caídos y despintados recuerdan el genocidio de la segunda guerra mundial y los tiempos claroscuros de la guerra fría.


Hoy Cracovia es fiestera y turística, pero en el año 1938, cuando Karol Wojtyla llegó a ella para estudiar filosofía en la universidad Jagellónica, la ciudad ya respiraba el antisemitismo y el odio racial que la vecina Alemania exhalaba. Los Nazis no tardaron mucho en invadir Polonia, ocupar Cracovia y cerrar su universidad.

Wojtyla trabajó en una cantera y en una fábrica de químicos para sobrevivir, mientras de forma clandestina ingresaba al seminario y fundaba con otros amigos artistas el Teatro Rapsódico, cuya intención era mantener viva la memoria cultural de Polonia en medio de la ocupación.



Tadeusz Kwiatkowski, uno de sus amigos teatreros, escribió: „Él poseía aquello que los actores llaman el alma. Cuando actuaba, las líneas que decía lograban expresar el significado que muchas veces era difícil de entender durante la lectura. No hacía mucha vida social y solía invertir su tiempo libre estudiando y leyendo en casa“. 


Este testimonio acompaña un busto del Papa ubicado en la fábrica original de Oskar Schindler, el alemán que al inicio de la invasión nazi quería aprovechar la mano de obra barata de los judíos para la producción de utensilios de cocina y que al final de la guerra logró salvar la vida de 1.200 de sus empleados invirtiendo toda su fortuna.

En la fábrica se grabaron muchas secuencias de la película La Lista de Schindler. Desde hace cuatro años fue convertida en un museo sobre el exterminio de judíos en Cracovia. Allí en una sala se recuerda a líderes no judíos que hicieron resistencia al régimen nazi, entre ellos Karol Wojtyla.

Tras el fin de la guerra Wojtyla se ordenó como sacerdote en el Palacio Arzobispal, el lugar más emblemático para los devotos que visitan la ciudad siguiendo las huellas de Juan Pablo II. Aquí vivió como arzobispo y aquí descansaba durante sus visitas pontificias a Polonia. La multitud se aglomeraba bajo la famosa „Ventana Papal“ para esperar unas palabras suyas, un saludo o una bendición. Esa ventana fue clausurada después de su muerte y tras el vidrio se exhibe ahora una foto del Papa que es reverenciada como si él estuviera allí en carne y hueso.


 En el patio trasero del Palacio Arzobispal se levanta una estatua adornada con flores y velas ofrendadas por feligreses de todas las esquinas del mundo.  Estos mismos fieles hacen fila frente a una máquina dispensadora que por ocho Zlotys (unos 6 mil pesos colombianos) entrega una moneda conmemorativa de la canonización con la imagen dorada del santo en oración.

El tour papalino continúa por el centro histórico hasta llegar a la Catedral de Wawel, considerada el centro espiritual de Polonia. Karol Wojtyla dio allí su primera misa el 2 de noviembre de 1946, un día después de haber sido ordenado. La intención de la plegaria fue por sus padres, su hermana y su hermano ya todos muertos. En esta misma catedral se consagró como obispo, arzobispo y cardenal. A la entrada hay una escultura suya con los pies ya descoloridos por la fricción de quienes tocan y luego se santiguan.


Al caminar por Cracovia queda la sensación de encontrarse una iglesia en cada esquina. La mayoría de ellas están dedicadas a María, la madre de Jesús. El Papa era tan devoto de ella que incluyó en su escudo pontificio una letra M de color dorado. Su iglesia mariana predilecta era la imponente Basílica de Santa María, ubicada a un costado del mercado central en pleno corazón de la ciudad.


 El recorrido cracoviano termina en el centro Juan Pablo II ”No tengáis miedo” que será inaugurado en 2016 con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud. Aunque está en construcción, ya se puede visitar el oratorio que consta de varias capillas cuyas paredes exhiben frescos, mosaicos y pinturas de Juan Pablo II.

También está abierto al público un museo donde se puede ver el mobiliario original de la habitación arzobispal de Wojtyla, la ropa deportiva que usaba para salir a esquiar y algunos regalos valiosos que recibió en sus viajes por el mundo, entre ellos dos tazones de plata obsequiados por la diócesis de Palmira y el ingenio Manuelita.


Durante los 40 años que vivió en Cracovia, Wojtyla fue obrero, actor, poeta, seminarista, obispo, arzobispo y cardenal. En 1978 se trasladó a Roma tras ser elegido Papa, pero aún así nunca olvidó su tierra y viajó a su patria nueve veces.

Auschwitz, el Gólgota moderno
Durante su tiempo como seminarista clandestino Karol Wojtyla podía ver desde la distancia el muro con forma de lápida que los nazis construyeron para hacinar a 15 mil judíos en las pocas calles que conformaban el Gueto de Cracovia. Muchos de los confinados fueron enviados al campo de concentración y exterminio de Auschwitz, donde murieron 1.100.000 personas.


 Auschwitz está a una hora de distancia en carro desde Cracovia. Es escalofriante caminar por los rieles que le dieron entrada a trenes cargados de humanos hambrientos, aterrorizados y despojados de su dignidad. Es estremecedor observar sus maletas marcadas, los zapatos de los niños asesinados, las toneladas de pelo que luego se usaría para la producción de telas. Es espeluznante pasar por la cámara de gas y ver las paredes desgarradas por los arañazos de los moribundos en la agonía de la asfixia.

Karol Wojtyla hizo muchas veces este recorrido por el memorial de Auschwitz en sus tiempos de sacerdote, y allí regresó convertido en Papa en el año 1979. Arrodillado frente al Muro de la Muerte donde eran fusilados los prisioneros oró en silencio. Juan Pablo II llamó al campo de concentración de Auschwitz “el Gólgota del mundo moderno” y en una misa manifestó: “Aquel intento de destruir de modo programado a todo un pueblo se extiende como una sombra sobre Europa y sobre el mundo entero; es un crimen que mancha para siempre la historia de la humanidad“.

Él fue el primer Papa en visitar un campo de concentración, entrar a una sinagoga, visitar el memorial del Holocausto en Israel y orar frente al Muro de los Lamentos de Jerusalén. Ningún recorrido por los orígenes de Karol Wojtyla podría terminar sin una visita a Auschwitz cuyas víctimas moldearon una actitud de diálogo interreligioso en el sacerdote que se hizo santo.

Según el santoral, los católicos habrán de venerar a Juan Pablo II cada 22 de octubre recordando el primer día de su pontificado. Los polacos han declarado esta fecha como fiesta nacional y desde ya se preparan para recibir a la romería. Algunos llegarán a peregrinar y otros a esperar milagros, pero todos encontrarán en Polonia un país hermoso que va reconstruyendo el futuro sobre los escombros de su triste historia de invasiones y exclusión.

Esta crónica fue publicada en el suplemento Generación del periódico El Colombiano, el domingo 4 de mayo de 2014.