La dama de las fieras

En Colombia, enfrentarse a los hipopótamos para frenar su reproducción es la tarea de una valiente veterinaria: Gina Paola Serna Trujillo.


Por: Ana María Marín Pulgarín

Publicado en El Colombiano 23.05.2021




El hipopótamo está hambriento y rabioso. Empuja con sus dos toneladas de peso las barras de hierro del corral donde está encerrado. Abre las mandíbulas para intimidar, exhibiendo un par de dientes con apariencia de colmillos, tan largos como el brazo de un humano y tan letales como una daga. Ruge desesperado tras un día de ayuno. Hoy lo van a esterilizar.

 

A unos centímetros de él, tras la cerca construida con tubos de oleoducto, la veterinaria Gina Serna trata de atraerlo agitando en sus manos una ruidosa bolsa plástica. El hipopótamo corre hacia ella y arremete contra los tubos de metal intentando tumbar el cercado. El miedo que a otros les anuda la garganta, a Gina le arranca un poderoso grito: "Gordo, míreme a mí, míreme".



Mientras Gina llama la atención del hipopótamo, una chica menuda con aire adolescente se cuela ágilmente por detrás del corral para lanzarle al animal el primer dardo de anestesia. Dispara el rifle con firmeza y acierta. La aguja queda bien clavada en la piel, pero el mecanismo de la jeringa falla y el sedante no penetra en la musculatura del animal. 

 

La tensión y el nerviosismo se caldean con el sol sofocante de Doradal. Pese al zancudero y al bochorno Gina mantiene la cabeza fría en busca de una solución. Ella es la única mujer que ha operado hipopótamos silvestres en Colombia, y esta será su séptima cirugía de esterilización.




Gina Paola Serna Trujillo se ha hecho un nombre a empellones en el mundo de los veterinarios. En la universidad fue hostigada por ser delicada, aficionada a la filosofía y políglota. En sus primeros trabajos fue menospreciada por sus colegas varones. "Esta no es profesión para señoritas", le decían. Ella transformó el desdén en desafío y se especializó en felinos depredadores como pumas y jaguares, así como en mamíferos de gran tamaño. Toda una dama de las fieras. Actualmente trabaja para Cornare.

 

Su equipo de cirugía está compuesto principalmente por mujeres, lo cual sorprende en una región de ganaderos forzudos donde pulula el perfil del hombre Marlboro. Ana Catalina Pinzón controla la seguridad y Adriana Correa se encarga de la anestesia. María Victoria Galeano, experta en dardeo, apunta con el rifle al anca del hipopótamo disparando con perfecta puntería el segundo dardo. "Qué miedo tenerla a usted de enemiga", le dicen en broma los asistentes. El sedante se inyecta, pero el animal sigue activo y en pie.

 

Muchos trabajadores de las fincas cercanas vienen a verlo. Entre ellos existe la tradición de ponerles apodos a los hipopótamos: Pepe, Raymi, Vanesa o Catalina. A este gran ejemplar lo nombran Moto Moto, por su semejanza con el Alfa seductor de la película Madagascar. 




Antesala de la cirugía

Dos semanas antes de la operación, Gina contabiliza los hipopótamos que habitan en los alrededores de la Hacienda Nápoles. La acompaña el biólogo David Echeverri, su jefe en Cornare, quien ha venido observando los hipopótamos desde hace 15 años y es toda una autoridad en el tema. 



Gina y David se acercan al lago donde el ruido del chapoteo y de los rugidos no da tregua. Lo que atestiguan es asombroso: un macho joven está disputándole la supremacía al viejo líder de la manada, a aquel mismo macho alfa que fue traído por Pablo Escobar en los años 80 y del cual descienden como en relato bíblico todos los hipopótamos que existen hoy en el país. Él es el esposo de todas las hembras y el patriarca del apócrifo "hipopotamus colombianus".

Los dos individuos se abalanzan uno sobre el otro en el agua, se enfrentan boca a boca, se muerden, agitan su cola desperdigando excrementos en señal de revancha. Aunque el joven parece estar ganando la pelea, es muy probable que termine doblegado y deba salir de la manada con al menos dos hembras a su lado para iniciar el éxodo hacia otro territorio. 


 

El teléfono de Gina suena con frecuencia: "doctora, un hipopótamo se nos metió a la pesebrera; doctora, un hipopótamo dañó la valla electrificada de una finca; doctora, un hipopótamo está molestando al ganado en el abrevadero". Todas las noches los hipopótamos salen masivamente a buscar hierba. En el afán de atajarlos David se ha ingeniado murallas de piedras puntiagudas, alambradas de púas y cercas de árboles espinosos, pero los hipopótamos siempre burlan la fortificación y escapan a los alrededores en un radio de 10 kilómetros.



A pesar del daño que causan al compactar los suelos con su peso, contaminar las aguas con sus heces o aterrorizar a la población son tolerados por el solo hecho de ser herbívoros. El magnetismo del hipopótamo para atraer turistas ha hecho de él no sólo la mascota sino casi el patrono de Doradal. Incluso un político local presentó un proyecto para consagrarlo durante una semana de festividades que llevaría por nombre: "Carnaval del hipopótamo". 

 

David y Gina afirman que esta especie invasora ya tiene alrededor de 80 individuos y señalan con evidencia que en los lagos aledaños nadan al menos siete bebés junto a sus mamás. A diferencia de África donde las sequías limitan los ciclos reproductivos, aquí la abundancia de agua promueve la fertilidad. De seguir a este ritmo Colombia tendrá 1500 hipopótamos en los próximos 15 años.



Ya ningún zoológico quiere tener más hipopótamos. Los parques africanos tampoco los reciben. La única acción legal que se puede ejecutar por ahora para controlar esta población es la esterilización. Sin embargo, cada operación cuesta 30 millones de pesos y falta la plata. Juntando donaciones fue posible financiar la operación que tiene ahora a Moto Moto en el corral de cirugía a cielo abierto.

 

Doblegando a la fiera

Con el quinto dardo de anestesia Moto Moto se desvanece. Se necesita la fuerza de diez personas para poner su cuerpo de cúbito lateral. Gina hace una incisión en la piel y encuentra rápidamente el primer testículo. Sin embargo, el segundo no se deja ver. Los testículos de los hipopótamos son internos, no cuelgan de forma visible. La veterinaria se pregunta si el individuo es monórquido (de un solo testículo). No sería raro sospecharlo pues los hipopótamos colombianos son producto del cruce intrafamiliar. Tras una hora de inspección aparece por fin el segundo testículo.





El hipopótamo ha sido esterilizado y debidamente marcado en la oreja. Ya no dejará descendencia, no volverá a pelear por territorio y no necesitará salir para establecer una nueva manada. La cirugía sirve para amarrarle en la pata un collar de telemetría que revelará cada uno de sus movimientos. 





Gina no piensa abandonar el corral hasta que el hipopótamo no despierte de la anestesia. Pasan horas sin que Moto Moto reaccione. La veterinaria y sus chicas le construyen un toldo para que no lo queme el sol, lo cubren con hielo para que no se deshidrate y empujan su lomo para estimular su respiración. Algunos colegas y trabajadores de la zona les ayudan en la tarea del despertar. 




Entrada la noche el hipopótamo por fin abre los ojos y se pone en pie. Hay júbilo y algarabía. Gina abre sus ojos almendrados con emoción y profiere el hijueputazo más sonoro y celebrado que le sale del pecho. Aún no se puede liberar al animal porque podría ahogarse en el lago, pero al día siguiente cuando ya esté recuperado y brioso se le abrirá el portón para que vuelva a la libertad. 



Cornare ha realizado once cirugías de esterilización. La Corporación propone además la castración química, que consiste en inyectarles a los hipopótamos un anticonceptivo durante tres años hasta lograr su infecundidad. Sin embargo, el fármaco que se utiliza no es de libre distribución. Estados Unidos aún tiene que autorizar la venta y el Ica debe aprobar su importación. 


El Magdalena: próximo desafío

Apenas un día después de la operación, la veterinaria Gina Serna se aventura hacia un nuevo desafío: contar los hipopótamos que andan sueltos por el Río Magdalena. Debe llegar a Estación Cocorná, pero la carretera está cerrada. Decide entonces arriesgarse a viajar en la folclórica y no muy segura motobalinera, una tabla de madera con rodachinas que avanza por la vía del ferrocarril impulsada por una moto. 



Su estación de partida es Vereda Pita. Justamente allí un hipopótamo atacó al campesino Luis Enrique Díaz en mayo de 2020. Le clavó los largos caninos en la espalda y en la pierna quebrándole los huesos. A la víctima se le ve por el caserío andando en muletas. Su familia guarda reserva y evita las entrevistas, pero los vecinos aseguran que el hombre quedó discapacitado y que al no saber leer ni escribir tampoco entiende de abogados ni tiene idea de cómo reclamar sus derechos frente al Estado.

 

Desde Estación Cocorná Gina toma una lancha hasta la desembocadura en el Magdalena. El trayecto le sirve para entrevistar a los pescadores que se encuentra a su paso. Álvaro Molina "Sacra" enumera las veces que los hipopótamos le han volteado la canoa en las noches de faena; su hermano Julio relata la embestida que sufrió cuando una cría de hipopótamo quedó enredada en su atarraya; el pescador Marco le confiesa el miedo que le produce andar con sus niñas en la barca mientras los hipopótamos merodean.

 

Allí en el Magdalena están "los gordos": silvestres, salvajes, amenazantes. En cuanto Gina se aproxima con su lancha para observarlos, una hipopótama arranca a nadar velozmente detrás de la embarcación. La hembra se hunde en el agua y desaparece. Aquí la experiencia se vuelve aterradora porque al cabo de un rato emerge de sorpresa al lado de la lancha rugiendo con toda su furia. 




Esta manada se ha establecido en un islote del Río Magdalena donde no vive nadie. Hay buen pasto y llueve todo el año. Es el hogar perfecto para multiplicarse y de allí expandirse por toda Colombia usando su principal arteria. Teniendo en cuenta que un hipopótamo vive 40 años, es sensato pensar que el problema va para largo. Gina toma fotos como evidencia y apura el regreso con preocupación. Ni ella como contratista de Cornare; ni Cornare como corporación autónoma tienen el poder de decidir el futuro de esta especie invasora.

 

Y mientras el Estado colombiano analiza si debe invertir millones en la esterilización de los hipopótamos o si debe sacrificarlos de forma rápida y económica, los personajes más débiles de la cadena productiva como son los campesinos y los pescadores seguirán enfrentando los riesgos de convivir con este mamífero agresivo y territorial. La zona del Magdalena Medio vive de explotar la tierra para negocios tan lucrativos como el cemento, el petróleo y la ganadería. Las regalías deberían alcanzar al menos para enfrentar este problema ambiental.